Con la excusa del egreso del centro educativo, estudiantes de tercer año de la Escuela Técnica de Flor de Maroñas (CETP) organizan durante todo el año actividades autogestionadas con el fin de recaudar fondos para el ya “tradicional” campamento de fin de ciclo.
Los docentes Hernán Dávila (Matemática) y Laura Balbier (Dibujo) vienen desarrollando desde el año 2007 una interesante experiencia de autogestión con los estudiantes de la institución. Tomando en cuenta que es el último año de curso por parte de los alumnos, la propuesta radica en producir y gestionar los recursos materiales para que los jóvenes puedan vivenciar y compartir una instancia de campamento como despedida del ciclo básico.
La organización de rifas, salas de cine, venta de comida, son la excusa en la promoción del trabajo de autogestión, el cual según los docentes “genera gran expectativa ya desde los primeros días de clase”. Cada año surgen nuevas iniciativas y por tanto la instancia de campamento se va nutriendo de las huellas que van dejando las generaciones anteriores.
Antecedentes
Desde el año 2007 hasta el 2010, los jóvenes se iban de campamento al Cerro Arequita. En este período el apoyo e involucramiento de los padres fue determinante para que la propuesta se mantuviera en el tiempo, y por tanto, “los alumnos que ingresaban a primer año ya daban por hecho que cuando llegaron a tercero disfrutarían de su propio campamento”.
En el 2010 se cambió de espacio físico y se contrataron las instalaciones del campamento Artigas de la Asociación Cristiana de Jóvenes (ACJ) en el departamento de Colonia. Aquí también se innovó con la oferta recreativa y por tanto los líderes de la ACJ se integraron, al tiempo que también se sumó una instancia “previa” a principio de año que constó de una salida por el día a Piriápolis.
Hoy en día está completamente institucionalizada la actividad y forma parte del calendario oficial del centro educativo. El apoyo de los padres ha sido muy grande, que según los docentes “hasta el día de hoy no podemos creer el involucramiento positivo que ha generado esta actividad en la comunidad”, lo que al mismo tiempo redobla la responsabilidad de los educadores.
Mejorar los vínculos
Uno de los intangibles más poderosos que impulsa la propuesta está en el mejoramiento de los vínculos de los alumnos con los docentes y también entre pares. Hernán plantea que “mientras en otros centros los docentes no se acuerdan ni de los apellidos de sus alumnos, aquí los vemos por la calle y los llamamos directamente por su nombre”.
Otro de los aspectos positivos es que el aula no es vista como un lugar por el cual hay que “pasar” sino que actividades como ésta mejoran el aspecto emocional del aprendizaje, vivenciando un fuerte sentimiento de pertenencia con la institución. Esperar a los padres con café y galletitas (servidas por sus hijos/as), generar una comida final donde se compartan las fotos del campamento son situaciones que desarticulan el ámbito formal del aula y apuntalan en la dirección de “vivir el centro educativo”.
Por último, otra consecuencia favorable es que varios docentes se prestan a ayudar y colaborar en la organización de la actividad. Es decir, aquello que en el 2007 empezó con un pequeño grupo de interesados, siete años después aglutina a un grupo permanente de profesores que año a año redoblan la apuesta de innovar en la actividad a partir de los intereses y capacidades de autogestión de sus alumnos.